El Guadalquivir en Córdoba

David Roberts


David Roberts


Civitates Orbis Terrarum


Julio Romero de Torres



Cuando Gerald Brenan, el gran hispanista inglés, visitó la ciudad de Córdoba y paseó por la ribera del Guadalquivir no pudo sino rememorar la denominación de “gran rey de Andalucía” que Luis de Góngora había otorgado a nuestro río en un soneto inmortal. En el poema, Luis de Góngora evocaba las murallas y las torres de Córdoba, que estaba contemplando, posiblemente, desde las inmediaciones de la Torre de la Calahorra, al otro lado del río, cruzando el Puente Romano, frente a la Mezquita. Al fondo, más allá de la ciudad, que se desparrama en el llano, el poeta evocaba las sierras encumbradas, cuya silueta, en el horizonte, otorga a la ciudad de Córdoba su imagen distintiva. Córdoba, regada por el Guadalquivir, el “Río Grande” de los musulmanes, está enclavada en ese fértil valle del que nos habla el genial poeta barroco, entre el propio río y las estribaciones de Sierra Morena. 

¡Oh, excelso muro, oh torres coronadas 
de honor, de majestad, de gallardía! 
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía, 
de arenas nobles, ya que no doradas! 
¡Oh, fértil llano, oh sierras encumbradas, 
que privilegia el cielo y dora el día! 
¡Oh siempre gloriosa patria mía, 
tanto por plumas cuanto por espadas! 
Si entre aquellas ruinas y despojos 
que enriquecen Genil y Darro baña 
tu memoria no fue alimento mío, 
nunca merezcan mis ausentes ojos 
ver tus muros, tus torres y tu río, 
tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España! 

Luis de Góngora contemplaba Córdoba desde las inmediaciones de la Calahorra, en el Campo de la Verdad. Desde esa torre, “Balcón de Luz” en palabras de Luis Jiménez Martos, las perspectivas sobre el Puente Viejo, la Puerta del Puente y la Mezquita son magníficas. A la izquierda del observador se sitúan, también, los restos de varios molinos, mientras que en la ribera de más allá sobresale la abundante vegetación y sobre ella las murallas del Alcázar, sede de la Inquisición en siglos pasados. 

Un viejo sello de la ciudad, fechado en 1360, ya nos ofrecía una imagen idealizada y simbólica de este bello conjunto que gira en torno a la Mezquita, el Puente y el Molino de la Albolafia. Desde entonces esta imagen se ha utilizado una y otra vez, en diversas interpretaciones, en la decoración de cordobanes y guadamecíes, típicos productos de la artesanía de calidad cordobesa. 

También, desde tiempos remotos, estos parajes, hoy idílicos e impregnados de nostalgia, han estado vinculados a la muerte y al sufrimiento. Desde los siglos del dominio islámico aquí se colocaban para exposición y escarnio público los cadáveres de los ajusticiados, muchas veces crucificados. Después, en los tiempos de la Inquisición, se sabe que en estas pequeñas islas próximas al puente era donde como culminación de los autos de fe ardían los cuerpos de los herejes condenados a la pena de hoguera. 


El Campo de la Verdad 

El tomo VI de “Civitates Orbis Terrarum”, obra editada en 1617, nos ofrece también una interesante perspectiva de Córdoba desde el otro lado del río (Campo de la Verdad). Por aquí, tras cruzar el puente y dejar a un lado la Torre de la Calahorra, salía la Vía Augusta, antigua calzada romana que se dirigía a Sevilla, que ha estado en uso prácticamente hasta el siglo pasado. 

En la imagen se aprecian en primer plano los denominados Corrales que existían en aquellos tiempos en el Campo de la Verdad y algo más allá la Torre de la Calahorra, que protege la entrada al viejo puente de origen romano. Al otro lado del río se sitúa la ciudad, en torno a la Mezquita. Al fondo, Sierra Morena. Aguas abajo del puente podemos reparar en varios molinos harineros y en la orilla del río se distinguen las murallas del Alcázar. 

El nombre de Campo de la Verdad evoca los tiempos de luchas fratricidas entre los partidarios de Pedro el Cruel y su hermano Enrique de Trastamara. En aquellos tiempos Córdoba apoyaba al segundo y un contingente musulmán a las órdenes de Pedro sitió la Torre de la Calahorra, con la pretensión de ocupar luego la ciudad. Se dice que en esta situación de peligro una dama, Doña Aldonza, madre del capitán de las tropas cordobesas, temerosa de la posible entrada de los sarracenos, lanzó duros reproches contra su hijo, temiendo que este fuera a rendirse: “Por la leche que mamaste de mis pechos te pido que no entregues la ciudad”, le habría dicho según ha transmitido la leyenda. La respuesta de su hijo, Alonso Fernández de Córdoba, fue igual de tajante: “Señora, al Campo vamos y allí se verá la Verdad”. 

En el Campo de la Verdad estuvo enclavado en los tiempos de al-Andalus el arrabal musulmán de Saqunda, famoso por haberse iniciado allí la sublevación que los cronistas medievales denominaron “Jornada del Arrabal”. Una vez que los rebeldes fracasaron en su intento de tomar el Alcázar, al-Hakam I ordenó que fueran ajusticiados los cabecillas y toda la población del arrabal fue obligada a partir al exilio. Las casas fueron incendiadas y el terreno se sembró de sal. Desde entonces Saqunda, convertida en despoblado, llegaría a ser utilizada como una de las necrópolis de Qurtuba. 

Tras la Reconquista el lugar siguió siendo un despoblado, salvo algunos corrales aislados, ya que estaba amenazado por las incursiones de los granadinos. Ese es el motivo de que en siglos pasados este paraje fuese conocido como “Los Corrales”. Se dice que hasta mediados del siglo XIX las mujeres del Campo de la Verdad tenían que aprovisionarse de agua en la fuente del Patio de los Naranjos de la Mezquita, para lo que tenían que atravesar el puente cargadas con sus cántaros. 


El Puente Romano 

El Puente Viejo de Córdoba, de origen romano (época de Augusto) ha sufrido tantas restauraciones en tiempos musulmanes y cristianos que se piensa que realmente tiene ya poco de romano, quizás solamente sus partes internas y solamente en algunos tramos. 

Dicen las crónicas que cuando los árabes llegaron a Córdoba el puente estaba destruido, de modo que la caballería musulmana hubo de atravesar el río por uno de sus vados. Antes habían estado acampados en un bosque de alerces que se situaba en lo que hoy es Campo de la Verdad. Se dice, también, que los troncos de esos árboles habrían de ser luego utilizados en la construcción de las vigas que sostienen las techumbres de la Mezquita. 

Es de mencionar que hasta tiempos muy recientes (1953) el Puente Viejo ha sido el único existente en Córdoba. En ese año fue inaugurado el nuevo Puente de San Rafael, situado aguas abajo de él. 

Al otro lado del viejo puente, en dirección a Sevilla, se alza la mole pétrea de la Torre de la Calahorra, levantada en 1369 por Enrique II sobre los restos de una anterior coracha musulmana para que se erigiese en sólido baluarte defensivo tanto del propio puente como de la ciudad de Córdoba. La torre, que tiene traza mudéjar, se construyó en unos tiempos en que Enrique estaba enzarzado en una guerra fratricida con su hermano Pedro el Cruel. 

La Torre de la Calahorra, que durante siglos habría de servir luego como prisión, es hoy la sede del Museo de las Tres Culturas, promovido por la Fundación Roger Garaudy como instrumento al servicio de Córdoba y como homenaje a su excepcional reserva patrimonial e histórica. 


David Roberts 

En el ánimo de ofrecer una visión romántica de la ribera cordobesa vamos a comentar brevemente dos ilustraciones, posiblemente idealizadas, debidas a la mano del pintor escocés David Roberts, que visitó Córdoba en 1832. 

La primera de ellas nos ofrece una perspectiva de gran belleza que nos brinda hermosas imágenes de los molinos, el puente y al fondo la Mezquita y su entorno. Preside la imagen la torre barroca de la Mezquita y podemos distinguir en la otra orilla del río la Puerta del Puente y a su izquierda el Triunfo de San Rafael, el Palacio Episcopal y finalmente el Alcázar, alguno de cuyos torreones se asoma a la imagen. 

Los molinos que dibujo Roberts, que todavía se conservan si bien en un estado precario, acusan unos orígenes islámicos ya que el cronista al-Himyari nos ha transmitido que en esos tiempos existía un malecón, aguas abajo del puente, en el que encontraban apoyo tres molinos que contaban, cada uno de ellos, con cuatro piedras de moler. 

Se sabe, también, que en 1237 el rey Fernando III, tras conquistar Córdoba, otorgó esos molinos a don Gonzalo, Obispo de Cuenca, don Tello Alfonso y don Alfonso Tellez. En el documento se indica, concretamente, que se trata de cuatro ruedas de aceñas que se sitúan en la azuda del Culeb, nombre que debían dar los musulmanes a este lugar. 

Estas azudas o molinos del Guadalquivir permiten evocar otros tiempos en que los hombres y las maquinas, ayudados por las aguas, laboreaban para producir harina, esencial alimento entonces y ahora. Algunos historiadores piensan, sin embargo, que es posible que en los tiempos del Islam en los molinos se fabricara papel, tan necesario para la producción de los innumerables manuscritos que se crearon en la Qurtuba musulmana. 

En este entorno de aguas abajo del puente se conservan todavía los restos de cuatro molinos. Tres destinados a la producción de harina: San Antonio (el más cercano al Campo de la Verdad), Enmedio y Don Tello o Pápalo Tierno, y otro cuarto más que en sus primeros momentos se destinó a regar las huertas del cercano Alcázar (Molino de la Albolafia, que luego comentaremos). 

En la ilustración de Roberts llama la atención que los molinos ya no tienen sus ruedas verticales, es decir, en ese momento no estarían ya en uso. Se aprecia la línea de la azuda, formada por estacas hincadas en el lecho del río y trasdosadas con tierra para conseguir formar una presa que elevase el nivel de las aguas. 


El Molino de la Albolafia 

Se trata de un molino que constituye un magnífico ejemplo de noria de vuelo o fluvial que utilizando como fuerza motriz la energía hidráulica consigue elevar el agua del río para destinarla luego al riego de los campos próximos. 

La palabra “noria”, del árabe “na´ar”, significa gemir o gruñir y se relaciona con los chirridos más o menos estrepitosos pero siempre reiterativos que produce la rueda al girar sometida por la presión del agua. 

Las norias fluviales, en uso hasta el pasado siglo XX, consisten básicamente en una rueda dentada que engrana en una linterna o cilindro de varas que es la base del mecanismo elevador. El agua del río es recogida en cangilones que son elevados una y otra vez por la rueda vertiendo luego su contenido en una conducción o acueducto que nace junto a la parte más elevada de la propia rueda. 

Existen noticias de que el primer molino fue levantado hacia 1136 por Tasufin, gobernador almorávide de Córdoba, y también se ha transmitido que en 1492 el chirrido que producían sus cangilones impedía conciliar el sueño a Isabel la Católica, que se alojaba en el cercano Alcázar, que no dudó, debido a los fuertes dolores de cabeza que padecía, en ordenar que fuese desmontada la rueda de madera para que cesase la actividad y el ruido. 

Algún tiempo después, ya en el siglo XVI, se sabe que las monjas de Jesús y María, que eran ahora sus propietarias, se ocuparon de su restauración, siendo las obras dirigidas por el maestro Juan de Ochoa. Es posible que el Molino de la Albolafia hubiese pasado a ser propiedad de las monjas como pago por haber sido concedido a su anterior propietario un lugar privilegiado de enterramiento. 

En el aparato gráfico de este trabajo incluimos una segunda imagen de David Roberts que nos ofrece una singular perspectiva del Molino de la Albolafia tomada desde aguas abajo del mismo, lo que nos permite contemplar el puente y, a la izquierda, por encima del molino, la Puerta del Puente y las almenas de la Mezquita. 

Hemos de destacar que el autor ha distorsionado claramente las dimensiones de la Puerta del Puente, que se nos muestra de un tamaño colosal en relación con el propio puente. Apreciamos también en esta lámina la calzada que desde la Albolafia subía hacia esa Puerta, que fue construida en tiempos de Abd al-Rahman II, cuando corría el año 827 de nuestra era. 

Llama la atención que la rueda del molino es de tamaño muy reducido. Con esa dimensión difícilmente podría subir el agua hasta el nivel del canal situado sobre el acueducto, cuyo arranque con tres ojos (arcos de herradura) centra la imagen. Todo parece indicar que en estos momentos el Molino de la Albolafia ya no se utilizaba para recoger agua para el riego sino para otros menesteres. En estos tiempos el arranque del acueducto, que no tiene continuación, ya no conducía a ningún sitio. Es posible, incluso, que Roberts se inventara la rueda, con la finalidad de dar un sentido más didáctico a su obra. 


La Ribera idealizada 

No podemos terminar estas líneas sin hacer alusión a Julio Romero de Torres, el pintor nacido en Córdoba, que amó a nuestra ciudad y que en muchas de sus obras no dudó en reflejar distintos rincones de ella que quedarían inmortalizados como paisajes de fondo de sus creaciones pictóricas. 

Debemos aclarar, no obstante, que lo usual es que las imágenes que Romero de Torres ofrece sobre su amada Córdoba no sean reflejos directos de la realidad, sino que nos muestren visiones simbólicas de modo que por ejemplo en una plaza puede situar una iglesia que realmente se ubica en un lugar distinto de la ciudad. 

En esa línea, el pintor utilizó los paisajes unas veces reales y otros simbólicos de la ribera del Guadalquivir en muchas de sus obras. Hemos seleccionado una de ellas. Se trata de “Panneau”. En ella, Julio Romero de Torres nos ofrece una bella imagen crepuscular del río, si bien la perspectiva que nos brinda está claramente idealizada. El observador debería estar situado en el Campo de la Verdad, aguas arriba del puente, y estaría observando un Guadalquivir irrealmente majestuoso, cuyas aguas parecen más las de un sosegado lago que las de un río. El puente se manifiesta, igualmente, de una longitud desmesurada. Una imagen irreal, en suma, del Guadalquivir y de Córdoba, que se inserta en ese gusto de Romero de Torres por presentar las cosas no como son en la realidad sino como él las sentía y las vivía.