Mártires mozárabes


"Un día Pomposa, guiada por una luz celestial, caminó en medio de la oscuridad a través del pavoroso desierto y durante la noche recorrió el espacio que separa el monasterio (de San Salvador, en Peña Melaria) de la ciudad de Córdoba, entrando en la capital al rayar el alba. Sin pérdida de tiempo se presentó en el tribunal del juez e hizo en su presencia profesión de fe, y con palabras llenas de candor y sencillez abominó del impúdico profeta de los muslimes. El cadí la condenó en el mismo instante a la pena capital, siendo degollada a las puertas del Alcázar el 19 de septiembre del año 853. Arrojaron su cuerpo al Guadalquivir." 

San Eulogio (Memorial de los Santos) 




A lo largo de las diferentes etapas de la historia de al-Andalus las relaciones entre los distintos grupos sociales que en ella convivían no fueron siempre sencillas. No podía ser de otra manera si tenemos en cuenta los condicionantes religiosos e ideológicos propios de la época. Existían varios grupos claramente diferenciados: de un lado los propios invasores, ya fueran árabes o beréberes, de otro los integrantes de la población autóctona, muchos de ellos ya islamizados, los muladíes, en tanto que otros, los mozárabes, seguían fieles a sus ritos cristianos. A todo ello habría que añadir una importante presencia de judíos, establecidos en Hispania desde varios siglos antes, y de los denominados eslavones, que procedían de los mercados de esclavos del norte de Europa. 


Ciñéndonos a la Córdoba del siglo IX de nuestra era no es posible aplicar el moderno sentido de la palabra tolerancia al ámbito de las relaciones cotidianas entre los seguidores del Islam y de Jesucristo. El estudio de las fuentes de la época trasluce que citada tolerancia, que por otro lado se ha convertido en un tópico usual al referirnos a la sociedad islámica medieval, tenía realmente un significado bastante pobre, en la medida en que se había convertido a los mozárabes cordobeses en ciudadanos de categoría inferior, mal vistos por la comunidad y objeto de una fuerte presión fiscal que llegó a hacerse insufrible. Otra cosa, sin embargo, es que ese modesto grado de tolerancia alcanzado entre las dos religiones, modesto en la medida en que lo comparamos con el moderno concepto de tolerancia, hubiera sido inimaginable en las ciudades cristianas del momento. 

Las relaciones entre la población musulmana y la capa poblacional de al-Andalus que continuó siendo fiel a sus ritos cristianos adopta sus bases principales del pacto que Umar ben al-Jattab había establecido con los cristianos y judíos de Nayran, en el Yemen, en los inicios de la expansión del Islam. Sabemos que los cristianos debían evitar todo tipo de provocaciones, motivo por el que estaba permitido que desarrollaran sus cultos únicamente en el interior de las iglesias, que estaban ubicadas en los arrabales, fuera del recinto de la medina de Córdoba, y en las cercanías de la ciudad, en la campiña o en las faldas de la Sierra. Por las fuentes de la época conocemos, por ejemplo, la existencia de las iglesias de San Acisclo o de los Tres Santos, así como diversos monasterios (San Salvador de Peña Melaria, Tábanos, Santa María de Cuteclara, San Zoilo de Armilata, etc.). 

Debían los mozárabes prestar fidelidad a las autoridades islámicas, a las que tenían que pagar fuertes impuestos, muy superiores a los que recaían sobre la población musulmana. Un exceptor, nombrado por el Estado entre los cristianos de su confianza, se encargaba de la recaudación de esos impuestos, que la comunidad mozárabe había de pagar en bloque. Otros dos cargos importantes dentro de la estructura que vertebraba a la sociedad cristiana dentro del Islam eran el comes, jefe de la comunidad, y el censor, el juez que administraba justicia aplicando para ello las leyes tradicionales (Liber iudiciorum). 


Enfrentamiento 

Durante los años 850-859 se produjo en Córdoba un insólito estado de rebelión entre su comunidad mozárabe y la autoridad del Estado. Leví-Provençal argumentaba que ese enfrentamiento cristiano habría de ser atribuido a la existencia de un partido de oposición mozárabe formado por sacerdotes y laicos, dirigido por dos apasionados animadores: el clérigo Eulogio y su amigo y biógrafo Álvaro, rico burgués cristiano de origen judío. 

La historia de San Perfecto, sacerdote cordobés, nos introduce en el ambiente en que se movían, en torno al año 850, los mozárabes cordobeses. Corría el año 29 del reinado de Abd al-Rahman II, momento en el que la antigua Colonia Patricia Corduba romana había llegado a alcanzar nuevamente los mayores honores y glorias imaginables. Ningún otro emir anterior aventajó los fastos y boatos que ahora se prodigaban en la ciudad, sin embargo, en palabras de San Eulogio, el pueblo católico era oprimido hasta el exterminio y gemía por el duro trance al que el Señor le había sometido. 

En ese año, Perfecto, hombre versado en las ciencias eclesiásticas gracias a muchos años de estudio en la cordobesa escuela basilical de San Acisclo y perfecto conocedor de las enseñanzas del Corán (era docto en la lengua de los árabes), contestó de manera contundente a los requerimientos que varios muslimes le hicieron, deseosos de conocer su opinión acerca del profeta Mahoma. Nuestro hombre, no demasiado prudente sin duda, no tuvo reparos en hacer saber claramente que Mahoma era, al juicio de los cristianos, un fementido profeta, que con sus embustes estaba engañando a muchos buenos musulmanes. La vida y hechos de Mahoma confirmaban, en palabras de Perfecto, las sagradas enseñanzas del Evangelio: "porque se levantarán falsos profetas en mi nombre y seducirán a muchos y darán señales grandes y prodigios, de tal manera que engañarán, si es posible, aún a los escogidos". Así, para el sacerdote cordobés, Mahoma no era sino uno de los falsos profetas anunciados por el Libro Sagrado, principal falsario, seducido por las hechicerías, dado a embaucamientos y falsos ritos. 

Debieron quedarse, sin duda, atónitos los muslimes, si bien las consecuencias de la impiedad de Perfecto no se harían esperar demasiado. Retornó el siervo del Señor a la quietud de su monasterio pero pronto la chusma tuvo oportunidad de apresarlo, con motivo de una salida a la ciudad y sin vacilaciones lo arrastraron hasta el estrado del juez. Tal precipitación utilizaron sus enemigos que, según las fuentes, no le dejaron, siquiera, tocar el suelo con sus pies, llevándolo en volandas. El cadí, o juez de la iniquidad, ante las maldiciones que acerca del Profeta había proferido el cristiano no tuvo ninguna duda. Pronto Perfecto se vio cargado de hierros y preso en las mazmorras. Fue ajusticiado “en la planicie que se extiende al otro lado del puente, al sur de la ciudad", recibiendo luego su cuerpo sepultura, entre los cantos de los religiosos y los honores del obispo y de los clérigos, en la basílica de San Acisclo. 


Concilio en Cordoba 

Se había iniciado, con el martirio de Perfecto, un proceso que habría de continuar en los años siguientes y que produciría la muerte de muchos mozárabes, enaltecidos ante las desviaciones que, según su criterio, las enseñanzas de Mahoma producían entre sus seguidores. En el año 851, el día 3 de junio, fue ejecutado el monje Isaac, hijo de ricos ciudadanos cordobeses, que en su juventud había ejercido el cargo de exceptor y que era persona que conocía también en profundidad la lengua y la religión musulmana. En ese mismo año fueron igualmente ajusticiados varios mártires que procedían de los conventos de Santa María de Cuteclara (situado no lejos de Córdoba, en la Sierra), de San Zoilo de Armilata (distante unas treinta millas o más de Córdoba, al norte, en un anchísimo desierto en medio de los montes, que recibía su nombre del río del mismo nombre, actual Guadalmellato) y del monasterio de San Cristóbal (que se ubicaba al sur de la ciudad, en un peñasco al otro lado del Guadalquivir). Se trata de los monjes Pedro, Walabonso, Sabiniano, Wistremundo, Habencio y Jeremías. Todos ellos, juntos, declararon sin temor que solo Cristo es Dios y que Mahoma no era sino el precursor del Anticristo y el autor de una falsa doctrina. Fueron inmediatamente degollados y sus cadáveres quemados. El río Guadalquivir, piadoso, acogió sus cenizas. 

La lista de mártires sería amplísima. En ese mismo año (851) eran también ajusticiadas las santas Flora y María y el propio San Eulogio conocía, igualmente, los horrores del encarcelamiento. Un año después sucumbían, entre otros, Aurelio, Félix, Jorge, Sabigoto, Liliosa, Cristóbal, Leovilgildo... La situación llegó a ser preocupante para las autoridades eclesiásticas, que intentando frenar lo que se había consolidado como una oleada de petición voluntaria de martirio decidieron celebrar un concilio de obispos, que se llevó a cabo en el año 852 presidido por el metropolitano Recafredo. San Eulogio nos ha dejado noticias de ese concilio celebrado en Córdoba, en el que se le acusó de instigador de la rebelión mística: "Llegó a tanto que un cierto exceptor, poderoso en riquezas y vicios, que no era cristiano sino de nombre, por sus obras desconocido de Dios y sus ángeles, quien desde un principio se había declarado detractor y enemigo de los mártires, hombre murmurador, chismoso, inicuo, arrogante, soberbio, pagado de si mismo y malvado; éste, cierto día en presencia del concilio de obispos, con su lengua viperina lanzó contra mí muchas injurias. Disertó éste, como presidente del concilio, condenar a los cristianos que persistían en ir al martirio voluntario, vituperarlos e ir contra ellos; él, el más desgraciado de los mortales, lo hizo por temor de perder el honor, es decir, la privanza del Emir... Más aunque forzados en parte por el miedo y en parte por el parecer de los prelados que el emir había mandado venir por esta causa de diversas provincias, firmamos algo que halagase los oídos del Rey y de los pueblos muslimes, o sea, que en adelante se prohibía presentarse al martirio, no siendo licito a nadie hacer profesión de fe ante los jueces sin ser interrogado, pues así quedaba decretado en las actas firmadas por los padres." 


Muere el emir 

La muerte de Abd al-Rahman II, que gobernaba al-Andalus en esos años, habría de producir un empeoramiento, según las fuentes cristianas, de la situación de los mozárabes cordobeses. San Eulogio manifiesta, al respecto, que esa muerte se produjo cuando los cristianos estaban gimiendo, agobiados por intensos vejámenes, escondidos o fugitivos. Según el santo la última acción de Abd al-Rahman, antes de fallecer de forma súbita, fue ordenar que se quemasen los cuerpos de los mártires Emilia y Jeremías, que pendían de las horcas. Esa misma noche falleció el emir, cuyo espíritu, probablemente, habría de ser abrasado igualmente en el eterno fuego de los infiernos. Sin embargo, su hijo y sucesor Muhammad I habría de ser, todavía, más duro perseguidor de la Iglesia de Dios y de los buenos cristianos. "Heredó con sangre el odio de los católicos, oponiendo continuamente dificultades y trabas a los fieles; no pareció inferior en méritos a aquel cuyo nombre llevaba: Mahoma. En el mismo día que subió al trono separó a todos los cristianos de su Alcázar, privándoles de los honores y cargos, proponiéndose después añadir males sobre nosotros si la suerte y la prosperidad le acompañaban en su gobierno". Corría, entonces, el año 852. 

Durante el reinado del nuevo emir tenemos noticias que nos hablan de un incremento de esa persecución contra los cristianos, siendo ahora cuando se dará la orden de destruir las iglesias, así como prohibir los cultos que se venían celebrando en las antiguas basílicas. Según San Eulogio: "se destruyeron los templos que habían construido con mucho trabajo y arte nuestros antepasados y que llevaban más de trescientos años en pie". 

Entre los años 853 y 856 prosiguió, de manera incansable, el martirio de otros muchos cristianos, a los que las palabras de sus predicadores impulsaban a expresar con contundencia se fe en Cristo y el rechazo frontal de las enseñanzas de Mahoma. Podemos citar, entre tantos, a Anastasio, que había estudiado artes y letras en la basílica de San Acisclo; Félix, nacido en Alcalá de Henares; la virgen Digna; Columba, que procedía de Peña Melaria; Pomposa, cuyos padres habían vendido su patrimonio para hacer construir el monasterio de San Salvador en Peña Melaria; Amador, nacido en Martos; los nobles cordobeses Pedro y Luis, cuyos cuerpos fueron enterrados respectivamente en Peñamelaria y en el vicus de Palma (actual Palma del Río); Argimiro, natural de Cabra, que fue sepultado en San Acisclo... 

En el año 859 asistimos, como culminación del proceso, al martirio del propio San Eulogio, que según su contemporáneo Álvaro de Córdoba, había nacido en esta ciudad y era miembro de una nobilísima familia senatorial, consagrándose a la carrera eclesiástica y sirviendo a su comunidad en la Iglesia de San Zoilo. Encerrado en las cárceles del Islam escribirá en al año 851 el Documento Martirial, que dedicará a las vírgenes Flora y María, presas igualmente por confesar su fe en Jesucristo. Nuevamente detenido ocho años después, será martirizado Eulogio el 11 de marzo del año 859. Tras ser decapitado, su cuerpo fue arrojado, como en tantos otros casos, al Guadalquivir, siendo recogido piadosamente por otros cristianos que sepultaron sus restos bajo la protección del cuerpo de San Zoilo, en la iglesia de este confesor insigne de Jesús. Con la muerte de Eulogio culmina el fenómeno de las peticiones de martirio voluntarias, al haber desaparecido uno de los más fuertes animadores del mismo, entrando, eso sí, la comunidad mozárabe en una etapa de fuerte decadencia, en todos los órdenes, dentro de la compleja sociedad de al-Andalus. 


Libro de los Jueces 

Al Jusani, en su "Libro de los Jueces de Córdoba", nos ha transmitido una interesante noticia, en la que nos habla de la reacción del Juez Aslam ante el deseo de martirio de un mozárabe cordobés. 

"He oído referir que en cierta ocasión se presentó en la curia un cristiano pidiendo la muerte para sí mismo. El juez Aslam le echó una severa reprimenda diciéndole: 

-Desdichado, ¿quién te ha metido en la cabeza el que tú mismo pidas tu propia muerte, sin haber delinquido en nada?. 

La necedad o ignorancia de los cristianos les llevaba a atribuir a esa acción, de ofrecerse a la muerte, un gran mérito, cuando nada semejante se podía citar como ejemplo, digno de ser imitado, en la vida del profeta Jesús, hijo de María. El cristiano respondió: 

-Pero ¿cree el juez que si él me mata, seré yo el muerto?. 

-¿Quién será, pues, el muerto?- le replicó el juez. 

-El muerto será una semblanza mía que se ha metido en un cuerpo; esa semblanza es la que el juez matará. En cuando a mí, yo subiré inmediatamente al cielo. 

-Mira, dijo entonces Aslam, aquél a quien tú te encomiendas en estas cosas, no está aquí conmigo, y aquél que te pudiera informar bien, para desengañarte de esa falsedad tampoco lo tienes delante de ti; pero aquí hay un medio para poner en evidencia lo que haya de cierto, y nos podremos certificar tú y yo. 

-¿Cual es ese medio?, dijo el cristiano. 

El juez Aslam volvióse hacia los sayones o verdugos que allí estaban y les dijo: 

-Traer el azote. 

Ordenó luego que desnudaran al cristiano; lo desnudaron, e inmediatamente mandó que le atizaran. Cuando el cristiano comenzó a sentir el efecto de los azotes, púsose a agitarse y a gritar. El juez Aslam le dijo: 

-¿En que espalda van cayendo los azotes? 

-En mi espalda, repuso el cristiano. 

-Pues hombre, díjole Aslam, asimismo ocurriría, pardiez, si cayera la espada sobre tu cuello. ¿Imaginas que podría ocurrir otra cosa?". 


Islamización de Córdoba 

La causa profunda que motivó a mediados del siglo IX la era de los martirios voluntarios en Córdoba no fue otra sino la concienciación por los predicadores cristianos de que el proceso de islamización de la sociedad de al-Andalus avanzaba de manera imparable. Exaltados por la palabra de clérigos como Eulogio y Álvaro y conscientes de que dentro de la sociedad musulmana ocupaban, claramente, un puesto secundario los mozárabes iniciaron con la degollación de San Perfecto ese inesperado proceso de protesta. Los calabozos de la ciudad, donde yacían amontonados los confesores de la fe cristiana, resonaban en himnos eclesiásticos y allí, en la prisión, el propio Eulogio, gran cultivador del heroísmo, habría de escribir el "Documento Martirial" para esforzar a las vírgenes Flora y María, también presas, en el tremendo sacrificio de la muerte. 

La cristiandad admiró a los nuevos santos cordobeses y tenemos noticia, por ejemplo, de que monjes parisinos, de Saint Germain des Prés, llegaron a realizar una peregrinación a Córdoba en el año 858 para llevarse a sus abadías los cuerpos y reliquias de algunos de los nuevos mártires, prometiendo darles en París el culto y honra que merecían. 

En su "Indiculus luminosus", escrito en el año 854, Alvaro de Córdoba recogía su preocupación por el problema que para los cristianos mozárabes suponía la progresiva islamización de la sociedad. En su vida cotidiana los jóvenes mozárabes, de forma paulatina, estaban abrazando las costumbres de los invasores, negándose, por ejemplo, a comer carne de cerdo, o haciéndose circuncidar, en tanto que sus mujeres, al igual que las musulmanas, se tapaban la cara al salir a la calle. Era, sin embargo, la cuestión de la lengua y la escritura la cuestión que más intenso pesar producía a Alvaro: "¡Heu, pro dolor -dirá este confesor- linguam suam nesciunt christiani", "entre la gente de Cristo apenas hallarás uno por mil que pueda escribir razonablemente una carta a su hermano, y, en cambio, los hay innumerables que os sabrán declarar la pompa de las voces arábigas y que conocen los primores de la métrica árabe mejor que los infieles". De lo anterior tenemos constancia si recordamos, por ejemplo, el caso de San Perfecto, que dirigió sus ofensas contra Mahoma en la propia lengua árabe, que conocía con perfección. 

En los años que siguieron a la muerte de San Eulogio el declive de la comunidad mozárabe fue imparable. El cristianismo se fue debilitando numéricamente por las conversiones y culturalmente por la arabización y la creciente presión del Islam. Menéndez Pidal tenía dudas de que a mediados del siglo X los mozárabes conservaran todavía su lengua románica. En el siglo XI, esa duda es menor. En efecto, la Biblioteca Nacional guarda un famoso códice que contiene la traducción al árabe de los cánones eclesiásticos, escrito en el año 1049 por el presbítero Vincencio y dedicado a cierto obispo de nombre Abdelmélic, que claramente debía ser un hombre arabizado. El examen de ese códice es esclarecedor, ¿qué conocimiento del latín o del romance podía existir entonces, cuando un libro como ese, destinado a los teólogos y al clero superior, precisaba ser traducido al árabe?. 

La situación de decadencia y opresión de la comunidad mozárabe cordobesa, a mediados del siglo IX, enlaza con otro acontecimiento histórico que alcanzó también especial transcendencia en esos tiempos. Nos estamos refiriendo a las durísimas revueltas que pocos años después habrían de iniciar los integrantes de la comunidad muladí, es decir, los cristianos que habían renegado de su fe en Cristo y habían abrazado la religión islámica. En el año 880 se inicia la sublevación de su líder Umar ben Hafsún en Bobastro. Al analizar las causas de esa revuelta podemos observar que los integrantes de esa comunidad, al igual que los mozárabes, eran realmente ciudadanos de segunda categoría. Ibn Idari pone en boca del rebelde la siguiente arenga dirigida a sus seguidores: "Desde hace demasiado tiempo habéis tenido que soportar el yugo de este sultán -dice Omar ibn Hafsún a los conversos muladíes- que os toma vuestros bienes y os impone cargas aplastantes, mientras los árabes os oprimen con sus humillaciones y os tratan como esclavos. No aspiro sino a que os hagan justicia y a sacaros de la esclavitud." Si los cristianos convertidos al Islam se sentían oprimidos y despreciados debe estar fuera de toda duda que los que decidieron, contra corriente, proseguir en su fe en Jesucristo hubieron de padecer una situación todavía mucho más penosa.