El ocaso del Islam en Córdoba


El 29 de junio de 1236, festividad de los apóstoles Pedro y Pablo, se vivieron en Córdoba sentimientos enfrentados. A la inefable alegría de los castellanos, pletóricos de gozo, se unía un hondo estallido de dolor en las familias andalusíes. Ese día "por virtud de nuestro Señor Jesucristo -dice la “Crónica latina de los Reyes de Castilla”-, Córdoba, ciudad famosa, dotada de cierto peculiar esplendor y riqueza especial y que durante tanto tiempo, a saber, desde el tiempo del rey de los godos Don Rodrigo, era retenida cautiva, fue devuelta al culto cristiano gracias al trabajo y valor de nuestro rey Fernando III”. Las condiciones plasmadas en las Capitulaciones para la entrega de Córdoba al Santo Monarca establecían que al igual que en cualquier otra población que hubiera ofrecido resistencia a las tropas de Castilla, los musulmanes cordobeses debían abandonar la ciudad de inmediato. La incorporación de Córdoba y de tantas otras villas y ciudades de al-Andalus a la Corona de Castilla implicaba la manifestación del fracaso de las más elementales normas de tolerancia. La posible convivencia de moros y cristianos se manifestaba en Córdoba, desde ese primer momento, como algo impensable. 


Conquista de Córdoba 

Tenemos noticias de que en la conquista de Córdoba por la Cristiandad jugó un papel decisivo la traición de algunos moros cordobeses que ofendidos con los magnates de la ciudad se habían desplazado a Andújar para ofrecer a los capitanes almogávares Pedro Ruiz Tafur y Martín Ruiz de Argote la posibilidad de conquistar el barrio de la Axerquía, arrabal que en esos tiempos estaba escasamente poblado. 

Como impulsados por el Espíritu Santo, los cristianos dieron un audaz golpe de mano y escalaron las cercas islámicas siguiendo los pasos de Alvar Colodro, cuyo nombre se conserva todavía en la denominada Cuesta del Colodro, en donde estaba en tiempos islámicos una de las puertas de la Axerquía. Los musulmanes, puestas en fuga por los hombres de Castilla, se refugiaron en la Medina de Córdoba, más sólidamente protegida, haciendo que los apresurados conquistadores, incapaces de resistir durante mucho tiempo esa situación de precario dominio de una barriada de la ciudad, solicitaran el auxilio de Fernando III, que no dudó en concederlo. Pronto llegó desde Martos, con tropas de socorro, Alvar Pérez de Castro, al que luego se unirían las mesnadas de los obispos de Baeza y Cuenca. 

Fernando III debió llegar a Córdoba el 7 de febrero de 1236, siendo conquistada finalmente la ciudad, tras intenso asedio, el 29 de junio, aplicándose según las normas de la época duras medidas que imponían la expulsión de sus habitantes, de modo que cuando los castellanos entraron en la ciudad, Córdoba debía ofrecer un espectáculo desolador, con sus casas y calles desiertas. Sabemos por las fuentes cristianas que la enseña de la Cruz, bandera del Rey Eterno, precedía al propio pendón del Santo Monarca y que el Maestre Lope, sin dudarlo, se plantó en el más alto del alminar de la Mezquita haciendo que ondeasen, triunfales, ambas enseñas cristianas. El llanto de los moros que abandonaban Córdoba y el gozo de los castellanos debieron hacer que la ciudad no pudiera comprender lo que en ella estaba sucediendo ese día. Las mismas fuentes nos dicen que la Mezquita fue transformada inmediatamente en iglesia de Jesucristo, con la advocación, desde entonces, de su Madre gloriosa, gracias todo ello a la santificación del lugar llevada a cabo con especial diligencia por el obispo de Osma. 

Durante mucho tiempo, sin embargo, los conquistadores de Córdoba habrían de sentir una intensa preocupación por el mantenimiento de esa conquista, ya que si bien la ciudad había sido despoblada de musulmanes lo cierto es que el territorio que la envolvía seguía estando controlado por ellos. Los fueros de Córdoba no podían sino dejar constancia expresa de esos temores, disponiendo, a modo de ejemplo, que los vecinos de la ciudad que precisaran abandonarla para viajar a otras partes del reino hubieran de dejar en ella un escudero que vigilara, en su ausencia, sus intereses. La presión islámica sobre las tierras de Córdoba se plasma expresamente en el “Fuero Latino” de la ciudad cuando establece que: "si (Dios no lo quiera) recuperasen los sarracenos alguna villa, ciudad o fortaleza en las que tuvieran heredades los caballeros y vecinos de Córdoba, que cuando, andando el tiempo, Dios devolviera a la Cristiandad la citada villa, ciudad o fortaleza, los ya citados caballeros y vecinos de Córdoba y sus herederos recobren sus heredades." 


Pleitesías y revueltas 

En la Campiña cordobesa, a medida que el avance de las tropas de Castilla se iba materializando, muchas de sus poblaciones fueron firmando pactos con el Monarca, intentando así evitar el enfrentamiento militar con los cristianos, para lo que influyó el conocimiento de lo que antes había acontecido en la capital. En los documentos de la época esos pactos se denominan pleitos o pleitesías y a través del Diplomatario andaluz de Alfonso X el Sabio tenemos constancia de que diversas localidades como Hornachuelos, Moratalla, Benameji o Cabra se acogieron a los mismos. La suerte de esos musulmanes fue muy distinta de la que habían sufrido los habitantes de Córdoba, en efecto, a cambio de reconocer el señorío real y entregar sus fortalezas recibieron autorización para seguir viviendo en esos lugares y poder practicar la religión del Islam. Se aplicó a todos ellos la calificación de moros mudéjares, mudayyan para los musulmanes, es decir, gentes del Islam dominadas o domesticadas por los cristianos. 

Como consecuencia de las pleitesías, en estos primeros tiempos, la cuestión mudéjar cordobesa fue, esencialmente, un fenómeno rural. La política seguida por Fernando III habría sido la de ubicar en las ciudades y villas importantes a masas poblacionales cristianas que garantizaran el control de Andalucía, en tanto que en los campos se habría permitido que continuaran habitados por los musulmanes, sometidos al poder militar y económico de la Corona pero admitiendo que prosiguieran en sus modos de vida y religión. Esta política fernandina tiene fácil explicación si tenemos en cuenta que en esos momentos la situación demográfica de Castilla y León no permitía, ni mucho menos, una intensa repoblación de Andalucía con gentes cristianas. De ese modo, a pesar de la Gran Emigración que hubieron de realizar los musulmanes que habitaban las ciudades y villas de importancia, que se encauzó al reino de Granada y al norte de África, a mediados del siglo XIII existían en la provincia de Córdoba, sobre todo en la zona de la Campiña (la más estudiada por los investigadores) más de quince aljamas o morerías que eran regidas por sus propios alcaldes (alcayat). 

Tras el reinado de Fernando III, ya en tiempos de Alfonso X el Sabio, la política real hacía los musulmanes sometidos fue endureciéndose de manera paulatina y tenemos noticias de que los alfaquíes granadinos y magrebíes les hacían seguir abundantes recomendaciones exhortándolos a emigrar a los países del Islam, en donde habrían de vivir su religión y costumbres seculares con toda la plenitud que los cristianos no les permitían. En ese contexto, cuando corría el año 1262, los musulmanes sometidos se sublevaron, uniéndose a los esfuerzos de los granadinos y bereberes africanos para expulsar a los cristianos de al-Andalus. La dura represión llevada a cabo por Alfonso X en Andalucía y por Jaime I de Aragón en Murcia contribuyó a que una inmensa masa de mudéjares abandonara nuevamente de manera precipitada sus hogares encauzándose, otra vez, a Granada y al norte de África, motivando un radical descenso de la población sometida que se corresponde con la desaparición en estos tiempos de casi todas las aljamas ubicadas en la provincia de Córdoba. 


La Morería cordobesa 

A pesar de que los musulmanes habían tenido que abandonar Córdoba a raíz de la conquista cristiana lo cierto es que muy pronto encontramos noticias que indican que grupos mudéjares debían de vivir en la ciudad. En efecto, en el fuero que Fernando III concedió a Córdoba en 1241 se regulan los posibles litigios que puedan surgir entre moros y cristianos, lo que parece indicar que algunos musulmanes se habían establecido en ella, lo que es confirmado igualmente con un privilegio de 1254 por el que Alfonso X el Sabio otorgaba al Concejo de Córdoba unos ingresos de 500 maravedíes al año que habría de pagar la aljama de moros para financiar una reparación de las murallas de la ciudad. Posiblemente estos grupos mudéjares que se detectan en Córdoba en fechas tan tempranas debieron ser parte de los propios habitantes que antes la habían abandonado estableciéndose en los pueblos de la provincia y que ahora, una vez conquistados esos pueblos por los cristianos, resultaba conveniente que regresaran en la medida en que podían, con su trabajo, ser muy provechosos para los castellanos. 

Sometidos al poder de la Corona de Casti1la, los moros mudéjares constituyeron en Andalucía una minoría social que además de los impuestos indirectos generales estaba gravada con otros tributos directos conocidos como Cabeza de Pecho, Servicio y Medio Servicio. Era la contrapartida que permitía que contasen con la protección de la Corona, motivo por el que se les denomina en las fuentes de la época como Moros del Rey. En las ciudades, los mudéjares se ocuparon fundamentalmente en las labores artesanales, la construcción y el comercio, en tanto que en las zonas rurales trabajaban en la agricultura laboreando las tierras de los grandes propietarios. Destaca la dedicación de estos hombres a los trabajos de obras públicas en las ciudades, sobre todo Córdoba y Sevilla, donde se les detecta en la construcción o reparación de catedrales, alcázares y murallas. Al contrario que los judíos, minoría poderosa económicamente, los moros mudéjares, con un modo de vida modesto y austero, no llegaron a despertar la envidia y el posible odio de los cristianos, que eran conscientes de que los hombres que poblaban las aljamas constituían una minoría que había sido vencida militarmente y que ocupaba una posición muy débil en la sociedad. 

En 1304, a consecuencia de la tregua que ese año firmaron Fernando IV y Muhammad III de Granada se tienen noticias de que muchos moros cordobeses aprovecharon la oportunidad para abandonar nuestra ciudad y establecerse en el reino granadino. "Son ydos a tierra de moros -se nos dice- pieca de los moros que y moravan en Córdoba". Como consecuencia de esa emigración se detectará luego una preocupante situación de escasez de maestros albañiles. 


Repoblaciones de moros 

A finales del siglo XIV solamente existían dos aljamas en la provincia de Córdoba, una de ellas enclavada en la propia capital y la otra en la villa de Palma del Río. En esa segunda aljama palmeña, cuya existencia y mantenimiento constituye un episodio singular de la historia de nuestra provincia, sobresale que los moros que la habitaban no eran los propios del lugar sino que habían sido traídos expresamente por el Señor de la villa para repoblarla en unos tiempos terribles en que los efectos de las sucesivas epidemias de peste se habían cebado en la población medieval. Micer Egidio Bocanegra, almirante genovés que había prestado buenos servicios a la Corona de Castilla en la conquista de Algeciras impidiendo con sus barcos la llegada de refuerzos islámicos africanos, fue compensado por el monarca Alfonso XI en 1342 con la concesión del señorío de Palma, villa hasta entonces de realengo, y para repoblarla decidió asentar en ella unas 50 familias de mudéjares burgaleses procedentes de Gumiel de Hizán, otro de sus señoríos, situado en las inmediaciones de Aranda de Duero. 

Sabemos que a la muerte de este primer Señor de Palma los moros la abandonaron y se establecieron en Carmona, en los tiempos en que Castilla estaba ensangrentada en la guerra civil que enfrentaba a Pedro I y su hermano Enrique II, regresando de nuevo a Palma en 1371, una vez que Carmona fue tomada. Con ese motivo Ambrosio Bocanegra, segundo Señor de Palma, les renovó la carta puebla y fuero que su padre les había otorgado varios años antes. 

A mediados del siglo XV la aljama de Palma del Río era la más importante de Andalucía, superando en población, incluso, a las existentes en las grandes ciudades como Córdoba y Sevilla, todo ello como consecuencia del apoyo que recibió de los señores de la villa, que supieron adoptar una política liberal, confirmada por los reyes de Castilla, con respecto a los moros que la habitaban. Consta documentalmente que la que se constituyó en la más espléndida morería del reino contribuía escasamente a la hora de aportar recursos a la Hacienda Real, lo que sugiere claramente que los Bocanegra la protegían ante las pretensiones fiscales de la Corona. 

En un similar proceso de repoblación inspirado también en el poder señorial tenemos noticias de que en 1485 unas 30 familias mudéjares procedentes de Montefrío, algunas de ellas convertidas al cristianismo, se asentaron en Priego de Córdoba, fruto de la iniciativa de Alonso Fernández de Córdoba, entonces Señor de la villa. El mismo proceso se ha documentado en otra población que poseía ese mismo Señor, Cañete de las Torres. 


Tiempos de intolerancia 

La intensa presión fiscal que recaía sobre la aljama de la ciudad de Córdoba hizo que, al contrario de lo que sucedía en Palma, se fuera produciendo un paulatino despoblamiento, constando documentalmente, a modo de ejemplo, las quejas que en 1386 manifestaba el Concejo de la ciudad en el sentido de que la reiterada carga de tributos a los moros era causa de que su aljama se fuera despoblando de ellos, problema que pudo ser paliado en parte con la incorporación, a finales del siglo XIV, de nuevos moros que procedían de Écija. 

Estamos llegando a unos tiempos en que la intolerancia de la Corona con respecto a sus súbditos no cristianos fue creciendo de manera imparable, siendo empeño real conseguir que los mudéjares se convirtieran a la fe de Cristo, labor en la que los monarcas no alcanzaban, ni mucho menos, el éxito que apetecían. Como medio de presión contra las comunidades no cristianas se establecieron normas que imponían su apartamiento y encierro en lugares concretos. En el caso de Córdoba se ha conservado una carta fechada en 1490 que los Reyes Católicos dirigen a Francisco de Bovadilla, corregidor de la ciudad, recordándole que anteriormente habían ordenado a un tal Pedro de Ayala que viniese a Córdoba e hiciese apartamiento de los moros y judíos según las normas establecidas en todas las ciudades y villas del Reino y que esa orden real de apartarlos y encerrarlos en ciertos límites no había sido cumplida con el rigor debido por los moros de Córdoba, lo que había motivado que algunos vecinos de la collación de San Nicolás de la Villa (donde se ubicaba la aljama, precisamente en el entorno de lo que actualmente conocemos como calle Morería) hubieran manifestado su preocupación a los reyes, motivo por el que estos, claramente, amonestaban al corregidor de la ciudad para que hiciera efectivo todo aquello que Pedro de Ayala había establecido. 

En el año de 1500 la población de las morerías cordobesas suponía 119 familias en Palma del Río, 59 en Priego y otras 40 en Córdoba. En Sevilla, a modo de comparación, se asentaban 34 familias. En el caso de Palma del Río esa población mudéjar suponía en torno al 15 por ciento del total de la población, no llegando, en el caso de Córdoba, ni siquiera al 1 por ciento. 

En 1502, con el edicto de conversión forzosa dictado por los Reyes Católicos los mudéjares que no admitieron la religión cristiana fueron forzados a abandonar el país, lo que tuvo como inmediata consecuencia la ausencia prácticamente total de mudéjares en los padrones posteriores, de tal modo que en 1509 solo se pueden identificar siete musulmanes que habitaban en la collación de San Nicolás. Para entonces la cuestión mudéjar había dejado de ser un problema en Andalucía. No parece que pueda ser rebatida la opinión de Manuel Nieto Cumplido en el sentido de que, manejando esta información, queda escasamente justificada la posible defensa de la ascendencia musulmana de los actuales cordobeses. Después de todos estos procesos históricos marcados por la intolerancia y las sucesivas emigraciones y expulsiones no parece que pueda correr hoy día por los cuerpos de los habitantes de Córdoba demasiada sangre musulmana.