Evocación de al-Andalus en Castilla

Monasterio de Santa Clara - Tordesillas - Valladolid


Iglesia de San Cipriano - San Cebrián de Mazote - Valladolid


Las tierras de Castilla y León, impregnadas de arte y de historia, evocan imágenes de intensa fuerza y nos traen a la mente vetustos episodios de la épica medieval. En los pueblos de la ribera del Duero, en la actual provincia de Valladolid, conviven todavía los restos de poderosas fortalezas de los tiempos de la repoblación cristiana (Peñafiel, Fuensaldaña, Simancas...), con los evocadores vestigios del resplandor en Castilla de la huella mozárabe y mudéjar de la Andalucía islámica (San Cebrián de Mazote, Tordesillas...). Al analizar la historia de estos pueblos enclavados en el corazón de Castilla pronto se advierte que su vinculación en tiempos medievales con los hombres de al-Andalus fue muy estrecha, bien fuera para enfrentarse a ellos en guerras continuadas o para asimilar muchas facetas de su cultura y su arte. En este estudio, ofrecemos una excursión entre Peñafiel y Tordesillas, en la provincia de Valladolid, siguiendo las riberas del gran río de Castilla. En ella destacaremos los vestigios que encontremos, en su arte y su historia, de su vinculación con al-Andalus. 

En Castilla, en sus campos de infinitos horizontes, la historia pervive: las antiguas ermitas románicas se alzan al lado de castillos cuya fábrica acusa los estragos del tiempo y de caserones palaciegos que en su momento fueron habitados por los hidalgos castellanos, hombres, sin duda, de altivo carácter y pobre economía. En palabras de Alfredo J. Ramos esos serían los signos distintivos del hombre mesetario, que habrían de cristalizar posteriormente en los hidalgos hambrientos de nuestra literatura del Siglo de Oro. Hidalgos que espolvoreaban en su pechera migas de un pan que no habían comido para mostrar a sus vecinos una saciedad que muy pronto era desmentida por sus magras figuras. 

Antonio Machado, que amó Castilla y sus campos, nos transmitió en su poema "A orillas del Duero" sus duras impresiones sobre el terrible pasado castellano, aquellos tiempos cargados de hierro y sangre, que entonces, principios de siglo, eclipsaban el presente de Castilla: 

Castilla miserable, ayer dominadora, 
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. 
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada 
recuerda cuando tuvo la fiebre de la espada? 
.../... 
¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra 
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra. 

Era la de Machado la desgarradora visión de un hombre que pertenecía a una generación (1898) que supo amar a España con intensidad y que consciente de los pesares de Castilla se dolía íntimamente de ellos. 


Peña Fidele 

En sus inicios, siglo IX, era Castilla un reducido territorio que se situaba al norte de las actuales provincias de Burgos y Palencia y al sur de Cantabria. Dependía de los reyes asturianos y desde un primer momento habría de distinguirse por la existencia de castillos y torres que la protegían de los hombres del Islam. En esos tiempos del alto Medievo las riberas del Duero no eran sino un gran espacio de tierra deshabitada, fronteriza entre los cristianos que se habían hecho fuertes en las montañas del norte y los musulmanes de al-Andalus. 

Sería con Fernán González cuando Castilla, sometida todavía a los reyes astur-leoneses, extendería sus dominios hacia el sur, si bien los avances reconquistadores habrían de quedar frenados por el Islam hasta los tiempos del año 1000. Hasta ese momento los ejércitos de los califas de Córdoba y, sobre todo, las razias de al-Mansur, habían impedido todo posible intento de expansión cristiana en el Duero. Pocos años después de la muerte de este caudillo musulmán al-Andalus se desgarraba en una cruel guerra civil, llamada "fitna" por los cronistas, que enfrentó, en una situación confusa, a los legitimistas omeyas, representados por Muhammad II, bisnieto de Abd al-Rahman III, y a los contingentes beréberes que al-Mansur, precisamente, había reclutado en el norte de África. 

Aprovechando esos tiempos de guerra civil en las tierras del Islam Sancho García conquistó Peñafiel en el año 1014, exclamando -según nos han narrado las viejas crónicas- que, desde entonces, esta habría de ser la "Peña Fidele" de Castilla (Peña Fiel). Es conocido que este personaje, siete años después de la muerte de al-Mansur, había conducido una hueste castellana hasta la ciudad de Córdoba, en donde habría de intervenir en los asuntos internos del decrépito califato (año 1009). Sancho García, conde castellano, mereció pasar a la historia con el sobrenombre de "el de los buenos fueros", lo que deja constancia del desarrollo que bajo su gobierno alcanzaron las normas consuetudinarias propias de Castilla. Estamos en unos tiempos (siglos XI y XII) en que se va a producir un proceso de repoblación en esta zona de Castilla, que culminará en el reinado de Alfonso VI (1065-1109) con la conquista de Toledo al Islam y el traslado de la frontera desde las riberas del Duero a las del Tajo. 

El viajero que procede del sur puede acceder con comodidad a Peñafiel tomando la vía E-05, que une Madrid con Burgos y desviándose hacia Valladolid a la altura de Aranda de Duero, para lo que utilizará la N-122. Le sorprenderá el medieval castillo de esta bella población, edificado y restaurado en los siglos XI al XV, que asemeja un inmenso navío, de más de 200 metros de largo y hasta 35 de ancho, que navega sobre los mares de trigo y viñedo de Castilla. Cuenta con una hermosa torre del homenaje y dada su situación estratégica jugó un decisivo papel en la reconquista del valle. En el año 1307 el señorío de la plaza fue concedido al infante Juan Manuel, que aquí escribió su conocida obra "El Conde Lucanor". Debe el viajero, además del castillo, visitar la Iglesia gótico-mudéjar de San Pablo, fundada en 1324 por el infante, cuyos restos se conservan en una de las capillas, así como la Judería, una de las más importantes de Castilla, sita en las inmediaciones del río, y la Plaza del Coso, en la que se celebraron en otros tiempos justas medievales y en la que todavía se llevan a cabo festejos taurinos, a la vista, todo ello, del imponente castillo. 

Iniciamos, desde Peñafiel, el viaje por los pueblos de la ribera del Duero vallisoletana impregnados por el deseo de conocer algunos de los rincones en donde se encierra la historia de nuestro país, deseo que hace ya muchos años animaba a Miguel de Unamuno, quien en diversos pasajes de su obra nos informó de las causas profundas que le hacían amar el viaje y las excursiones, al permitirle tomar contacto con la naturaleza y el arte. "Y yo mismo -decía don Miguel- ¿cómo podría vivir una vida que merezca vivirse, cómo podría sentir el ritmo vital de mi pensamiento si no me escapara así que puedo de la ciudad, a correr por campos y lugares, a comer de lo que comen los pastores, a dormir en cama de pueblo o sobre la santa tierra si se tercia?. A sacudir, en fin, el polvo de mi biblioteca. Si yo fuera el hombre de libros que me creen los que no me conocen; si yo no anduviera de un sitio a otro, hablando con todo el mundo; si el sol no me hubiera mudado muchas veces la piel de la cara, ¿creéis que podría conservar esta caudal de pasión que a las veces se vierte, dicen, en injusticia?. No, no ha sido en libros, no ha sido en literatos donde he aprendido a querer a mi patria: ha sido recorriéndola, ha sido visitando devotamente sus rincones". 

Se sitúan las acreditadas bodegas de Vega Sicilia a medio camino entre Quintanilla de Arriba y Quintanilla de Onésimo, en la nacional 122, en dirección a Valladolid. En ellas se cría uno de los mejores vinos tintos de nuestro país, en cuya composición se utiliza tanto uva de la zona (la denominada Tinto Fino) como otras procedentes del extranjero, entre un 25 y un 40 por ciento de las variedades Cabernet, Malvec y Merlot. Muy cerca, en Valbuena de Duero, se encuentra el Monasterio de Santa María de Valbuena, de la segunda mitad del siglo XII, fundado por monjes cistercienses oriundos de Borgoña, que, quizás, fueron los portadores de los sabios procedimientos que permitían elaborar riquísimos vinos. En la denominada capilla del Tesoro de este monasterio se han conservado magníficas pinturas góticas, del siglo XII. 


Pedro Ansúrez 

La ciudad de Valladolid hunde sus raíces en un pequeño núcleo rural que se formó en la Alta Edad Media, dentro del proceso general de repoblación del valle del Duero, a medida que la inicial "Castiella" se iba extendiendo hacia el sur. En la segunda mitad del siglo X nació, en las orillas del Pisuerga, una aldea que se articuló en torno a la iglesia de San Pelayo. Dependía de la cercana población de Cabezón y en sus proximidades, aguas abajo del río, existía otro núcleo más importante, Simancas. 

En el año 1074 Alfonso VI otorgó la pequeña aldea al legendario conde Pedro Ansúrez, cuya estatua adorna hoy día el espacio central de la Plaza Mayor de Valladolid. Parece ser que Ansúrez decidió apostar fuerte por la nueva villa que el rey le había otorgado y se cree que canalizó hacia Valladolid diversas gentes procedentes de sus condados palentinos de Carrión y Saldaña. En esos años se levantaron en Valladolid la Colegiata de Santa María la Mayor, el propio palacio condal y la iglesia de Santa María la Antigua. 

Pedro Ansúrez fue uno de los hombres de confianza de Alfonso VI y de él encontramos algunas referencias en las memorias de Abd Allah, el último rey zirí de Granada, que habría de ser destronado por los almorávides en el año 1090. En esa oportunidad, Ansúrez, que actuaba en calidad de embajador del rey cristiano, demandaba al monarca granadino la entrega de tributos, argumentando Abd Allah que "yo me negué a ello, decidido a no hacer nada, y pensando que ningún mal había de temer de parte de Alfonso, por existir entre uno y otro las tierras de un tercer soberano, o sea, las de Ibn Di-l-Nun (es decir, el territorio del reino toledano), ya que no podía imaginarme que nadie de nuestra religión podía aliarse con el cristiano contra un musulmán". Por estas referencias de Abd Allah podemos contrastar que estamos en unos tiempos en que los cristianos de Alfonso VI, que inician el despliegue hacia Toledo, están aprovechando sabiamente las consecuencias de la caída del Califato cordobés y llegan, incluso, a demandar tributos a reyes de taifas con cuyas fronteras ni siquiera limitan. Cuando Toledo sea conquistada por la Cristiandad los musulmanes, atónitos, no dudarán en solicitar el auxilio de sus hermanos de África, los almorávides, que sabrán cobrarse sus servicios al Islam tomando el poder de al-Andalus tras imponerse a las taifas locales. 

A finales del siglo XIII las investigaciones arqueológicas han acreditado que Valladolid, que había crecido de manera espectacular, necesitó dotarse de unas nuevas murallas, cuyo perímetro abarcaba una superficie de unas 100 hectáreas, es decir, en ese momento la dimensión de Valladolid era ya superior a la de cualquier otra ciudad de la cuenca del Duero. A lo largo de los siglos XIV y XV fue Valladolid la capital de hecho del reino castellano leonés, celebrándose en ella frecuentes reuniones de las Cortes. En esos tiempos, fines del siglo XIV, se fundó el Monasterio de San Benito, sede de la orden benedictina en Castilla y puntal en la reforma de la Iglesia. 

Recomendamos, especialmente, a la persona que visita la ciudad del Pisuerga, el Museo Nacional de Escultura, que tiene su sede en el que fue Colegio de Teología de San Gregorio. Entre las obras maestras allí expuestas nos causan especial admiración, entre tantas, el retablo del Convento de San Benito, obra de Alonso Berruguete; el "Entierro de Cristo", de Juan de Juni y el "Cristo Yacente", de Gregorio Fernández. Otros monumentos especialmente resaltables de Valladolid serían los vestigios de la Colegiata y la iglesia de la Antigua; la Catedral, inacabada obra herreriana; los Sitios Reales (destacando el magnífico retablo en piedra que supone la fachada de la iglesia del convento de San Pablo); la Universidad; el Colegio de Santa Cruz, el convento de San Benito... La planta de la ciudad, tal y como era en el siglo XVI, una vez reconstruida por Felipe II tras el incendio que la destruyó en tiempos de este monarca, se puede apreciar en el espacio que limita lo que se conoce como la "Fuente Dorada", la Plaza de Santa Ana y la iglesia de la Vera Cruz, todo ello en las inmediaciones de la Plaza Mayor. 

A seis kilómetros de Valladolid, en Fuensaldaña, actual sede de las Cortes de Castilla y León, destaca el castillo-palacio de los Vivero, levantado en el siglo XV sobre otro anterior del XIII. En él sobresale su imponente torre del homenaje, en la que se asientan las murallas de la fortaleza, que cuenta con planta rectangular y refuerza su defensa con torrecillas ubicadas en sus ángulos. 


Derrota inaudita 

A once kilómetros de Valladolid, en la autovía que conduce a Tordesillas, se encuentra Simancas, la antigua Septimanca romana, anterior castro vacceo, en lo alto de un cerro a orillas del río Pisuerga, que unos cientos de metros, aguas abajo, une sus aguas a las del Duero. Antes de llegar a Simancas, en el kilómetro 8, se sitúa Arroyo de la Encomienda, en donde el viajero debería detenerse y visitar la Iglesia de San Juan Bautista, románica, del siglo XI. 

Es conocida Simancas, sobre todo, por albergar en su castillo, que fue antigua fortaleza de los Enríquez, Almirantes de Castilla, el Archivo General de la Corona de Castilla. Además de la visita del Archivo debe también recorrerse el propio caserío de la villa, en el que abundan las casonas blasonadas, en general bien conservadas, excepción sea hecha de las tropelías urbanísticas llevadas a cabo hace años -corrían entonces otros tiempos- en los edificios de su Plaza Mayor. El paseo conducirá al mirador sobre el río Pisuerga, en donde se puede contemplar un bellísimo paisaje en el que se integran la silueta del puente de 17 arcos, de origen medieval, y los restos mutilados por la acción del tiempo y el abandono de un molino harinero, que no hace todavía muchos años seguía en funcionamiento y que hoy día ha pasado a ser un vestigio ejemplar, todavía en pie, de lo que ya se conoce como Arqueología Industrial. 

Fue Simancas, en tiempos de la guerra civil comunera que asoló Castilla a principios del siglo XVI, una villa que decidió apostar por la causa de Carlos I, lo que con el triunfo real habría de terminar por favorecerla. El enfrentamiento final entre comuneros y realistas tuvo lugar en la cercana Villalar y tras la derrota de los partidarios de las tradiciones castellanas algunos de sus líderes más significados, entre ellos Pedro Maldonado y el Obispo Acuña, estuvieron presos en el propio castillo de Simancas. El primero fue ajusticiado en la Plaza Mayor de la villa y el segundo en las mismas estancias de lo que hoy es Archivo General, en el cubo que se conoce con el nombre de Torre del Obispo. 

Mucho antes de los tiempos comuneros, en estos campos de Simancas, los ejércitos de Abd al-Rahman III habían sido aniquilados por las mesnadas cristianas, en una derrota inesperada que causó la desolación en al-Andalus y una explosión de cólera de al-Nasir contra los hombres de su caballería, a los que responsabilizó del desastre. Ibn al-Jatib, cronista del Islam, nos ha transmitido noticias muy precisas sobre este desastre: "Luego Dios le afligió (a Abd al-Rahman III, llamado al-Nasir) y le sometió a prueba con la conocida batalla en que padeció duro trato a manos del enemigo de Dios Ramiro hijo de Ordoño, el día viernes 11 del mes de sawwal del año 327, frente a la ciudad de Simancas, en el país de los Rumíes (Cristianos), después de una lucha que duró varios días y en la cual se desarrolló la pugna entre ambas partes de la manera más violenta y ardua, llevando la iniciativa el enemigo. 

Los musulmanes experimentaron una derrota inaudita, que fue suscitada por un grupo de hombres de la división militar que dependía directamente de al-Nasir, quienes, envidiosos de los favores que Dios le había acordado, no le aconsejaron lealmente acerca de la conducción de la lucha, sucediendo que al entrar en acción una vez más la caballería se descalabraron las líneas de combate muslímicas. Entonces el enemigo compelió a los musulmanes a replegarse hacia una fosa profunda, por la que se hace referencia a la batalla. En dicha fosa fueron cayendo los hombres hasta que la cubrieron de borde a borde. 

Huyó al-Nasir, abandonando sus campamentos, de los que se apoderó el enemigo, con todos los pertrechos y demás elementos que en ellos había. Ahí perdió al-Nasir su Corán y su coraza, cosas ambas de un valor inapreciable, que luego recuperó. 

Cuando estuvo fuera de peligro, despachó a Córdoba, de modo que llegaran antes del grueso de las tropas, una cantidad de milicianos de su escolta, quienes comunicaron la buena nueva de que al-Nasir se hallaba sano y salvo, y, en cumplimiento de sus órdenes, prepararon rollos y cruces a orillas del río. Al llegar a la ciudad, hizo apresar alrededor de trescientos hombres de la caballería, a los que clavaron en dichos rollos y cruces, haciendo difundir al-Nasir una proclama en la que decía: "Este es el castigo que corresponde a los que han traicionado al Islam, engañando a su pueblo y sembrando la confusión en las filas del ejército de la Guerra Santa". Luego erigieron aquellos maderos con las víctimas y las alancearon a la vista de la gente, hecho lo cual al-Nasir se fue a su palacio. Desde esta campaña ya no emprendió otra personalmente". 


Esplendor del mudéjar: Tordesillas 

Hablar de Tordesillas, hermosa villa situada a 19 kilómetros de Simancas, en la orilla del río Duero, obliga a rememorar dos importantes acontecimientos que impregnan la historia moderna de España. Aquí se firmó, en 1494, el tratado entre España y Portugal por el que ambos reinos se repartieron los territorios a descubrir en el Nuevo Mundo que se estaba comenzando a explorar. En años pasados, con ocasión de celebrarse el quinto centenario de ese evento se llevaron a cabo diversos actos conmemorativos, dada la especial trascendencia que el tratado tuvo para la política exterior de Castilla en el siglo XVI. 

También es conocida Tordesillas, sobre todo, porque en esta villa vivió y murió la enloquecida reina Juana, madre de Carlos I. Muy cerca de Tordesillas, a unos 14 kilómetros se sitúa Villalar de los Comuneros, donde el 23 de abril de 1521 las tropas comuneras fueron derrotadas por el ejército imperial, siendo sus jefes, Padilla, Bravo y Maldonado, ajusticiados al día siguiente. Antes, los comuneros habían venido a Tordesillas a solicitar la mediación de la reina loca. Decidió Tordesillas apoyar la causa insurreccional y, sin duda, ello fue motivo de un posterior proceso de largo oscurecimiento de la villa, una vez que las tropas del rey, comandadas por el Conde de Haro, sometieron la plaza. 

Debe el viajero visitar en Tordesillas el convento de Santa Clara, joya del arte mudéjar castellano, con influencias sevillanas y toledanas, que hunde sus raíces en el primitivo palacio real de Alfonso XI, transformado posteriormente en convento por Pedro I el Cruel. Le sorprenderán los vestigios que se conservan del antiguo palacio, con decoración almohade (paño de sebka) inspirada en la Giralda de Sevilla, el bello patio mudéjar del convento y el rico artesonado que decora la capilla mayor de la iglesia, cuyo estado de conservación es digno de elogio. 

En Tordesillas, cuya Plaza Mayor es el prototipo de una plaza porticada castellana, el viajero notará que ha pasado de la dura estepa castellana al primor de un delicado patio andalusí. La influencia del modelo que suponen los Reales Alcázares de Sevilla es patente. 


Monjes cordobeses 

Cerca de Tordesillas, debe el viajero desplazarse a San Cebrián de Mazote, para conocer la iglesia de San Cipriano. Para acceder a este lugar habremos de abandonar la ribera del Duero, pero queda ello pronto justificado al analizar la profunda influencia que Córdoba tuvo en los orígenes mozárabes del monasterio al que perteneció esta iglesia. 

San Cipriano es, sin duda, una de las joyas del arte de la Alta Edad Media en Castilla. Fue levantada en el siglo X por monjes mozárabes cordobeses que llegaban a estar tierras, entonces prácticamente despobladas, huyendo de los hombres del Islam. Algunos años antes, agitados por las predicaciones de Eulogio y Álvaro de Córdoba muchos cristianos que vivían en Córdoba no dudaron en proferir insultos y blasfemias públicas contra Mahoma y sus seguidores, lo que era penado por el Islam con la condena inmediata a muerte. Una oleada repentina de cristianos mozárabes se ofreció para participar en el martirio, lo que causó la extrañeza de los propios jueces, que no entendían que estos hombres llegaran a presentarse ante ellos solicitando voluntariamente ser martirizados. Este fenómeno comenzó a atenuarse en el año 859, cuando fue ejecutado San Eulogio, pero desde ese momento la influencia mozárabe en al-Andalus decayó y la comunidad cristiana se convirtió en una minoría todavía más oprimida. 

Es en ese contexto, cuando en torno a la segunda década del siglo X, un grupo de cristianos mozárabes decidieron alejarse de Córdoba, procediendo a establecer su monasterio en las nuevas tierras que los príncipes cristianos del norte estaban conquistando al Islam. Las fuentes árabes de la época nos dicen que en esos años se vivieron tiempos de hambre y epidemias que asolaron al-Andalus, lo que, posiblemente, obligó a los monjes a buscar un entorno más favorable donde poder subsistir. El cronista Ibn Idari nos ha transmitido, a modo de ejemplo, que "En el año 303 (915-916 de la era cristiana) hubo en al-Andalus una gran hambre parecida a la del año 260 (873-874); la miseria de la gente llegó a extremos jamás conocidos. El cahiz de trigo se midió en el mercado de Córdoba a tres dinares, correspondiente a cuarenta dirhems. Las epidemias se cebaron en los pobres y resultó imposible enterrar a todos los muertos..." 

La iglesia de San Cipriano tiene unas dimensiones de 30 metros de largo y 14 de ancho (alcanza los 16 metros en el transepto), siendo su planta de forma basilical y contando con tres naves separadas por columnas que sostienen bellos arcos de herradura. La altura de la nave central es el doble (unos 11 metros) que las laterales, contando aquella con cuatro ventanas a cada lado, lo que hace que esta iglesia esté considerada como la más luminosa de la arquitectura mozárabe. 

Destaca, sobre todo, San Cebrián de Mazote por su cabecera tripartita, lo que constituye una novedad en las edificaciones del momento. Los ábsides son rectangulares al exterior y de herradura interiormente el central. A los pies de la iglesia existe otro ábside. Tradicionalmente se ha pensado que este tipo de estructura podía tener un origen africano u oriental, pero modernamente se está considerando que estos monjes mozárabes, oriundos de Córdoba, podrían haberse inspirado, al levantar su monasterio en Castilla, en la planta de la Basílica cordobesa de San Acisclo, que habría estado emplazada en lo que antes había sido palacio tardo-romano de Cercadilla, reutilizando al efecto alguna de sus naves, que habría contado también con una cabecera triconque. Cabe, así, la posibilidad de que la Iglesia de San Cipriano esté intentando reproducir la planta de la Basílica cordobesa, que estos monjes, sin duda, conocían. 

En las cercanías de San Cebrián de Mazote, en la ciudadela amurallada de Urueña, existe un magnífico Centro Etnográfico, dirigido por el popular folclorista vallisoletano Joaquín Díaz, en el que se exponen multitud de instrumentos musicales tradicionales, pliegos de cordel, etc. Destaca en esta población el excelente estado de conservación de las murallas que la envuelven, cuyo adarve está acondicionado para que pueda ser recorrido por el viajero, que gozará de una excepcional visión panorámica: palomares, casas de labranza y la sugestiva iglesia de la Anunciada, fechada en el siglo XII y que responde a los cánones del románico catalán, se contemplan, desde aquí, dando pinceladas de color a los inmersos campos de Castilla.