Ibn Hazm de Córdoba. El fuego y la palabra


Nacido en Córdoba en el año 994, la vida de Abu Muhammad Alí ibn Hazm, quizás el hombre más sabio de nuestro siglo XI, nos ofrece dos etapas bien diferenciadas, cortadas brutalmente por los sangrientos acontecimientos del año 1013, cuando en los tiempos finales del Califato los beréberes sublevados tomaron la ciudad de Córdoba, sometiéndola a un feroz saqueo. 

Hijo de Ahmad, uno de los visires de al-Mansur, ibn Hazm, que todos conocemos gracias a su libro “Tawq al-hamama” o “El collar de la paloma sobre el amor y los amantes”, fue criado en las estancias del harén, educado por mujeres que pronto le iniciaron en los secretos del amor y la lectura del Libro Sagrado. 

La familia de ibn Hazm había sabido distinguirse por su fidelidad a la dinastía Omeya y nuestro joven supo pronto relacionarse con otros muchachos de la alta sociedad cordobesa que aglutinados en torno a la figura de Ibn Suhayd formaban un cerrado grupo de poetas aristocráticos y esteticistas, partidarios a ultranza de la defensa de la lengua y cultura árabe, en unos tiempos en que un lenguaje que ellos calificaban, lamentándose, de bárbara jerga, todavía se seguía hablando en la mestiza Córdoba. Todo lo filoárabe resultaba atractivo para los amigos de ibn Hazm, que vivían entonces tiempos felices defendiendo sus aristocráticas creencias frente a otras corrientes literarias que pudieran representar un triunfo de los particularismos populares o localistas. 


Revolución en Córdoba 

En otras circunstancias ibn Hazm hubiera estado predestinado a convertirse en un brillante funcionario del estado Omeya que, además, habría gozado de las delicias del éxito como poeta de la corte. Sin embargo, las guerras civiles musulmanas que ocasionaron la ruina del Califato y los posteriores anárquicos reinos de Taifas fueron unos tiempos atormentados en los que la familia de ibn Hazm y él mismo habrían de sufrir lo indecible. En el año 1012 muere su padre, Ahmad, cuyos bienes habían sido antes confiscados y había sufrido encarcelamiento por su fidelidad a los Omeyas. Un año después, en 1013, los beréberes ocupan y saquean la ciudad de Córdoba y Sulayman al- Musta´in es aclamado Califa, viéndose obligado ibn Hazm, cuya feliz existencia había sido truncada por la revolución, a abandonar Córdoba, buscando refugio en Almería. 

En el exilio, ibn Hazm, junto con su amigo Muhammad ibn Ishaq abrazó la causa de un pretendiente omeya, Abd al-Rahmán Murtada, bisnieto de Abd al-Rahman III, que se alzó en armas contra los beréberes, siendo derrotado por las tropas del jefe africano Zawi ibn Zirí, establecido en Granada. Tras este fracaso ibn Hazm, que permaneció en cautiverio durante un cierto tiempo, se exilió nuevamente a Játiva, en donde a la edad de veintiocho años escribiría “El collar de la paloma”. 

Todavía, no obstante, habría de sufrir ibn Hazm un último desengaño. En el año 1023 fue proclamado califa Abd al-Rahman Mustazhir, nuevo pretendiente legitimista omeya y hombre culto. Ibn Hazm fue llamado a colaborar en las tareas de gobierno y nuestro hombre, gozoso, prestó su apoyo al nuevo proyecto, que sin embargo fue efímero. Apenas un mes y medio después el califa había sido ejecutado e ibn Hazm se encontraba de nuevo en la cárcel. Desde este momento, desengañado, nuestro hombre renunció a la política activa y se dedicó, siempre errante y perseguido, a los estudios jurídicos y teológicos. Todas las traumáticas experiencias vividas en estos años de desolación habrían de hacer exclamar a ibn Hazm que la flor de la guerra civil es estéril. Desde ahora el que pudo haber sido un cortesano de éxito se convirtió en un implacable moralista radical, dotado de una conciencia cada vez más solitaria, que habría de buscar el conocimiento de una ciencia que sería contestada por todos. 


Polemista incansable 

Ibn Hazm, en su juventud consagrado a la vida política y a la creación poética, llegó a convertirse en un escritor erudito e intensamente fértil que se dedicó con especial apasionamiento a los estudios filosóficos, jurídicos, teológicos, históricos y literarios. De él se dice que llegó a producir unas 80.000 páginas manuscritas, que componían 400 volúmenes, entre los que destacó, sin duda, su “Fisal” o “Historia crítica de las ideas religiosas”, obra especialmente avanzada en relación con el tiempo en que fue escrita. Habrían de pasar muchos siglos para que surgiera en Occidente otra obra de estas características. 

Dotado de unos inmensos conocimientos y de una energía inagotable, ibn Hazm sobresalió por el continuo inconformismo y la audacia revolucionaria que siempre presidieron su vida. Entonces el malikismo era señor absoluto en las escuelas de Córdoba y, sin embargo, ibn Hazm decidió seguir las enseñanzas del maestro zahirí Abu-l-Jiyar de Santarén. Explicó cursos en la Mezquita Aljama de Córdoba entre los años 1027 y 1029, pero muy pronto los malikíes y el populacho denunciaron a este revolucionario maestro, ya que suponía un peligro patente para la ortodoxia religiosa. Sus ideas, para los detractores de las mismas, causaban la corrupción de los fieles. Sus enseñanzas pronto fueron prohibidas. 

Polemista incansable y dotado de un verbo áspero y virulento, ibn Hazm supo dirigir sus críticas e insultos contra todo aquello que no compartía. Con respecto a los seguidores de Jesús, a modo de ilustración, dejó escrito lo siguiente: 

“Nunca debemos admirarnos de la superstición de los hombres. Los pueblos más numerosos y más civilizados están sujetos a ella. ¡Ved los cristianos! Son tan numerosos que sólo su Creador puede contarlos; hay entre ellos sabios ilustres, y príncipes de rara sagacidad, y, sin embargo, creen que uno es tres y tres son uno; que uno de los tres es el padre, el otro el hijo, y el tercero el espíritu; que el padre es el hijo y que no es el hijo; que un hombre es Dios y que no es Dios; que el Mesías es Dios enteramente, y que sin embargo, no es el mismo que Dios; que el que ha existido de toda la eternidad ha sido creado. La secta que se llama de los jacobitas, y que comprende centenas de millares, cree también que el Creador ha sido azotado, abofeteado, crucificado y muerto; en fin, ¡que el universo ha estado privado durante tres días de aquel que lo gobierna!” 


Al-Andalus tiranizada 

Por una de las epístolas de ibn Hazm que se han conservado sabemos que en cierto momento un grupo de fieles creyentes le consultó acerca de las normas de conducta que debían seguir las buenas gentes en relación con los poderes ilegítimos que surgidos de guerras y enfrentamientos civiles se habían establecido en al-Andalus. La contestación del polígrafo ofrece una visión de la España musulmana del momento que destaca por su perspectiva tenebrosa y que nos muestra un país destrozado por las guerras civiles y saqueado por los reyezuelos locales. 

Pensaba ibn Hazm que las penosas circunstancias del momento no eran sino una dura prueba a la que el Supremo estaba sometiendo al pueblo creyente, cuyos gobernantes ilegítimos actuaban como salteadores de caminos que causaban inseguridad en las personas y en los bienes de los buenos musulmanes. En efecto, los monarcas de las Taifas, ante una situación que denominaban como de estado de necesidad, no dudaban en imponer pesadas contribuciones a los creyentes, claramente ilegales según las leyes del Islam, y atribuyendo, incluso, la gestión de su cobro a los odiados judíos, a pesar de lo cual los alfaquíes no dudaban en prestar su apoyo a esos reyezuelos inmorales. 

Como consecuencia de esas actuaciones habían sido establecidas diferentes cargas fiscales, entre ellas un impuesto de capitación, sobre la cabeza de los musulmanes; la dariba o impuesto sobre determinados bienes, sobre todo el ganado; las alcabalas de mercados (jabón, sal, harina, aceite, queso) y el coste, incluso, de las licencias especiales que permitían vender vinos. Todo ello suponía un escándalo que se oponía a las normas islámicas. 

El consejo de ibn Hazm a los fieles era claro. No se debía ayudar a los tiranos, ni con las manos ni con la lengua, e incluso el buen musulmán estaba obligado, en la medida de lo posible, a crear un clima de oposición, manifestando su disconformidad con esas actuaciones siempre que se encontrara en presencia de personas que le inspiraran confianza. No se debía ayudar ni alabar los actos ilícitos de los tiranos y si era posible se les debía exhortar a la enmienda. 

Seguía criticando el sabio andalusí que los reyezuelos, desconfiados de sus súbditos y temerosos de sus vecinos, no dudaban en buscar alianzas con los odiados príncipes cristianos, ya que “se asocian con ellos para estar más seguros y a veces hasta les entregan de buen grado las ciudades y las fortalezas, despoblándolas de musulmanes para llenarlas de campanarios. ¡Maldígalos Dios a todos ellos -increpa ibn Hazm- y sométalos al dominio de una cualquiera de sus espadas!”. 


La espada de al-Hachach 

Las fuentes islámicas nos han transmitido de ibn Hazm la imagen de un polemista feroz que dotado de un verbo virulento atacaba de manera incansable a sus oponentes. Se llegó a comparar su lengua con la legendaria espada de al-Hachach ibn Yusuf, que había sido un sanguinario gobernador oriental. Cuando polemizaba con sus adversarios ibn Hazm seguía sin ningún tapujo la línea recta que Dios traza a los hombres de ciencia, obligados a revelar sus pensamientos de manera clara pregonando cuanto piensan sobre el asunto concreto que les ocupa, sin reticencias ni sutilezas. Nunca intentó matizar sus críticas. Nunca quitó hierro a sus opiniones. Al contrario “caía sobre su adversario con el ímpetu de la catarata y lo aguijoneaba con el acicate de su crítica, más picante que la mostaza”. 

En su obra, ibn Hazm nos decía que: “Si te ves en la inevitable alternativa de irritar a los hombres o de irritar a Dios, y no encuentras un expediente fácil para dejar de hacerte odioso a las criaturas o a tu Creador, irrita a los hombres y busca su aversión; pero no encolerices a tu Señor ni le ofendas... En cuanto a la acusación que contra mí lanzan mis necios enemigos, diciendo que cuando yo tengo una cosa por verdadera no me importa el ponerme enfrente de cualesquiera, aunque estos cualesquiera sean todos los hombres que ocupan la superficie de la tierra, y que tampoco me cuido de acomodarme a muchos de los usos y costumbres adoptados sin causa razonable por mis compatriotas, esta cualidad de que me acusan es para mí una de mis mayores virtudes, que no sufre comparación con ninguna otra de mis cualidades. Y por mi vida aseguro que si yo no la poseyese, lo que Dios no permita, ella sería una de las gracias que más apeteciera yo y pidiera a mi Creador”. 

El sabio ibn Hazm fue un hombre que siempre quiso ignorar las artes de la política. Su falta de tacto y delicadeza, además, se agravó con la edad y se llegó a pensar, incluso, que era un hombre cuya mente se había trastornado de manera paulatina. En efecto: “aunque de primera intención, cuando alguien pretendía sonsacarle qué pensaba de un problema, se mantenía dentro de cierta reserva, tan pronto como se le excitaba mediante la más sencilla observación o pregunta, desbordábase a torrentes el océano de su ciencia, sin que nada fuese ya capaz de enturbiar o amenguar el límpido caudal de sus aguas. Y de esta impetuosidad en sus discusiones consérvanse señalados ejemplos y noticias que se han hecho ya proverbiales...” 

Emilio García Gómez, autor de una cuidada edición de “El collar de la paloma”, rememora un texto de ibn Hazm que procedente de su “Risala apologética”, le traía a la memoria, a nueve siglos de distancia, la romántica amargura de Larra. El texto hace referencia a un pasaje del Evangelio de San Lucas (IV, 24), precisamente aquel que nos dice que “nadie es profeta en su tierra”: 

“Esto es particularmente verdad en España. Sus habitantes sienten envidia por el sabio que entre ellos surge y alcanza maestría en su arte; tienen en poco lo mucho que pueda hacer, rebajan sus aciertos y se ensañan, en cambio, con sus caídas y tropiezos, sobre todo mientras vive, y con doble animosidad que en cualquier otro país. Si acierta, dicen: “Es un audaz ladrón y un plagiario desvergonzado”. Si es una medianía, sentencian: “Es una nadería insípida y una mediocridad insignificante”. Si madruga en apoderarse del trofeo de la carrera, preguntan: “De dónde ha salido éste, dónde aprendió y cuándo ha estudiado...?”. Si la suerte le lleva luego por el camino de descollar claramente sobre sus émulos, o le hace abrirse una senda que no es la que ellos frecuentan, entonces se le declara la guerra al desgraciado, convertido en pasto de murmuraciones, cebo de calumnias, imán de censuras, presa de lenguas y blanco de ataques contra su honor. Le atribuirán lo que no ha dicho, le colgarán lo que no ha hecho, le imputarán lo que no ha proferido ni ha creído su corazón. Aunque sea hombre señalado y campeón de su ciencia, caso de no tener con el poder público relaciones que le procuren la dicha de salir indemne de los peligros y escapar de las desgracias, si se le ocurre escribir un libro, lo calumniarán, difamarán, contradirán y vejarán... Tal es, entre nosotros, la suerte del que se pone a componer un poema o a escribir un tratado: no se zafará de estas redes ni se verá libre de tales calamidades, a no ser que se marche o huya o que recorra su camino sin detenerse y de un solo golpe”. 


Filósofos y teólogos 

La ingente obra de ibn Hazm incluye el que fue uno de los primeros intentos de conciliar razón y fe dentro de la historia de la teología musulmana. Para ello utilizó como medio de trabajo el razonamiento lógico, materia acerca de la cual nos dejó escrito un interesante tratado, el “Taqrib li-hadd al-mantiq”, “Aproximación a la definición de la lógica”, en el que intentó explicar los criterios de verdad y los métodos del conocimiento humano utilizando para ello ejemplos vulgares tomados de las ciencias jurídicas y teológicas. Argumentaba ibn Hazm que “quien lea este libro nuestro sabrá que estos libros -se refiere a los tratados de lógica de Aristóteles- no sólo tienen utilidad para una sola ciencia, sino para toda ciencia. Su utilidad también es muy grande para el Libro de Dios Altísimo, para la tradición oral de su Profeta, bendígalo Dios y lo salve, y para las opiniones legales sobre lo lícito y lo ilícito, lo obligatorio y lo permitido...” 

En el siglo XI existían dos importantes corrientes de pensamiento en al-Andalus, de un lado la que aglutinaba a los teólogos hortodoxos, de otro la representada por los filósofos no creyentes. Ibn Hazm dirigió despiadadas críticas contra todos ellos, lo que le atrajo pronto el odio de ambos grupos de opinión. En ese contexto, no es extraño que terminara siendo excomulgado por los primeros. Respecto de los pensadores ateos criticaba ibn Hazm su desprecio de las ciencias religiosas. Se trata de hombres en los que Satanás ha conseguido penetrar y el estudio de las ciencias no les conduce a la vida religiosa. Ni el Libro de Dios ni las Tradiciones del Profeta merecen para ellos ninguna atención. Al igual que la sangre corre por las venas de los hombres, circula Satanás por el interior de estos filósofos ateos, para los que la religión no contiene nada que sea cierto ni pueda ser demostrado. 

Los sabios religiosos del momento, por otro lado, se consagraban según ibn Hazm al estudio del derecho canónico utilizando para ello tres caminos erróneos. Algunos se limitaban a repetir literalmente la letra de los textos sagrados, que no se preocupaban, realmente, de entender y comprender. Otros profundizaban en la casuística, es decir, el estudio de casos concretos, evitando utilizar las fuentes textuales y desconociendo los fundamentos de esos casos. Los últimos, finalmente, propagaban a voces tradiciones que realmente no habían sido confirmadas, ya que ni existieron testigos fidedignos de ellas ni se había realizado una tarea de crítica adecuada. Todo esto hacía que para los ateos, que cada vez se confirmaban más en su extravío, los teólogos fueran personas estúpidas o imbéciles, motivando estas posturas enfrentadas que el Islam se encontrara afligido, contemplando apenado el enfrentamiento de las dos escuelas de pensamiento. 


Necesidad de Dios 

Ibn Hazm, dotado de unas sólidas convicciones, pensaba que ambas corrientes de opinión eran erróneas. Ni el Alcorán ni las palabras del Profeta contenían afirmaciones que luego el testimonio de los sentidos o razones apodícticas pudieran contradecir. Era necesario que los pensadores profundizaran en la dialéctica. No debían recibir pasivamente las enseñanzas. No debían recitar de memoria los textos. Debían, por contra, reflexionar acerca de su significado. Lo que quiere el Profeta es que los hombres entiendan y reflexionen para luego practicar lo entendido. Debían ser estudiadas las Tradiciones auténticas, sin admitir los cuentos disparatados ni los embustes o tradiciones apócrifas. Debían ser rechazados rotundamente los adeptos de aquellas escuelas que recitaban muy serios “incoherentes embrollos, del todo falsos, como aquello de que la tierra gravita sobre un pez, y el pez sobre el cuerno de un toro, y el toro sobre una roca, y la roca sobre la espada de un ángel, y el ángel sobre las tinieblas y las tinieblas sobre algo que sólo Dios conoce”. 

Ibn Hazm sentía la necesidad de Dios y nos invitaba a reflexionar sobre los fenómenos físicos como medio de acercarnos al Supremo. Quien medite sobre los cielos y la tierra, la traslación de los astros, sus órbitas, la composición de los seres, sus cuerpos, nervios, músculos, huesos... Quien reflexione profundamente sobre todo esto verá claramente “la existencia de un gran poder y se certificará de que allí hay una obra de arte evidentísima y por lo tanto una voluntad de un Ser que la ha creado libremente, puesto que la variabilidad de aquellos movimientos cósmicos obliga como por fuerza a reconocer que ninguno de los seres naturales subsiste por sí mismo sin la intervención de un Ser que los conserve y gobierne...” 


El fuego y la palabra 

Ibn Hazm rompió a lo largo de su vida con todo lo que la tradición cultural andalusí representaba. Fue por ello odiado universalmente y terminó convirtiéndose en un islote solitario dentro del panorama de nuestra cultura islámica medieval. Legitimista omeya empedernido nunca renunció de sus ideas ni apoyó las causas de los otros. Con la misma intensidad con que atacaba a los beréberes de Granada criticaba, simultáneamente, a los adversarios de estos, los abbadíes sevillanos. No es extraño que excomulgado por los teólogos, perseguido por los reyes de las Taifas, odiado por sus colegas y negado por el populacho terminara ibn Hazn no siendo admitido en ningún lugar. Sus ideas, siempre polémicas, le convertían en un huesped incómodo. Su intransigencia política y teológica le obligaron, en los últimos años de su vida, a retornar al cortijo rural que su familia poseía en Mont Lisam (Montija), en tierras onubenses. De allí, dos generaciones antes, había salido su abuelo Sa´id buscando gloria y fortuna en Córdoba. 

A estos momentos de existencia retirada en Mont Lisam parece hacer referencia el cronista ibn Hayyan cuando nos dice que llegó un tiempo en que la mayor parte de los libros que el sabio escribía no llegaban siquiera a traspasar el umbral de la casa donde vivía, ya que por entonces los príncipes ordenaban que fueran quemados públicamente y los estudiantes, atemorizados por los alfaquíes, tenían prohibida su lectura. 

En efecto, “en la mayor parte de las obras que escribió hablaba tan mal de su propio país, que los alfaquíes prohibieron a los estudiantes que las estudiaran. La cosa llegó hasta tal extremo, que algunas de ellas fueron quemadas en Sevilla y públicamente desgarradas. Más esta medida no sirvió sino para que su autor se animase todavía más a difundirlas y propagarlas y se entregara con mayor ardor a combatir duramente a sus adversarios en el resto de sus días hasta que murió...” 

Sería ahora, tras conocer que el reyezuelo sevillano al-Mutadid había ordenado destruir sus libros en la hoguera, cuando ibn Hazm habría de componer unos versos que desde entonces han causado estremecimiento en las mentes sensibles. Veamos cómo se inician: 

“ Aunque el papel queméis, 
no quemaréis lo que el papel encierra; 
que dentro de mi espíritu, 
a pesar de vosotros, se conserva 
y conmigo camina 
a dondequiera que mis pies me llevan”